Cuatro madres, cada una con un hijo, viajaban en un viejo vehículo por una pista abandonada que atravesaba la cordillera. Se dirigían al monte Recuperatos, que se hallaba a muchos kilómetros de distancia. Los hijos –ya adultos- padecían un extraño mal que les dificultaba el caminar, y sus madres les acompañaban al monte sagrado, donde esperaban lograr la curación.
La pista subía y bajaba, y el camino parecía interminable. De pronto, el motor del vehículo se incendió, y las cuatro madres quedaron con sus cuatro hijos, lejos del monte, y aún más lejos de la civilización.
Una de ellas exclamó: “No hay que preocuparse. Estamos en el siglo XXI. Pronto vendrá un helicóptero de rescate, y nos llevará en unos minutos hasta el monte Recuperatos”. Se sentó con su hijo a un lado del camino, a esperar resignadamente auxilio. El helicóptero no apareció, y dos semanas después madre e hijo murieron de sed y hambre.
La segunda dijo: “Mi hijo apenas puede andar. Yo iré sola hasta el monte, y allí conseguiré su curación”. La mujer caminó durante siete días hasta llegar al monte, y allí encontró un cartel que decía: “No se hacen milagros a distancia. Sólo se curan los que llegan hasta aquí”. La madre caminó otra semana para regresar al punto de partida, y allí encontró los restos de su hijo, devorado por los lobos.
La tercera dijo: “No voy a dejar sólo a mi hijo. Lo cargaré sobre mis hombros, y lo llevaré hasta el monte”. Emprendió el camino con su hijo a cuestas, pero el esfuerzo era muy superior al que ella podía soportar. Al cabo de una semana de sufrimiento, apenas había recorrido una cuarta parte del camino. Al cruzar un estrecho puente, le fallaron las fuerzas, y madre e hijo cayeron al fondo de un barranco.
La última madre tomó a su hijo de la mano, y animándole y contándole historias divertidas consiguió que avanzara lentamente. Paraban con frecuencia a descansar, y tardaron diez días en recorrer el camino. Llegaron casi exhaustos al monte Recuperatos, pero su hijo fue el único que consiguió la ansiada curación.