ASOCIACIÓN EL VOLCÁN

Programa de interés social financiado
con cargo a la asignación tributaria del IRPF

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¿Quién tiene la culpa?

Comienza otra etapa de esta larga carrera, cuya meta es la desaparición de las dificultades que genera el padecimiento de un trastorno de la personalidad. O al menos su reducción significativa, para que los afectados puedan desarrollar una vida autónoma, sin verse atrapados en toda clase de confictos.

La carrera es larga. El avance desesperantemente lento. Tres pasos hacia delante, dos hacia atrás. Lamentablemente, no se conocen métodos ni fórmulas que permitan acelerar el proceso.

Cada caso es diferente, pero ninguno tiene solución en unos pocos meses. No obstante, la duración de ese recorrido depende en buena parte de lo que hagan o dejen de hacer las personas más cercanas al afectado. Si actúan de la forma correcta para cada caso, el avance será lento, pero se terminará alcanzando la meta buscada. Sin embargo, también los familiares pueden entorpecer involuntariamente ese avance.

Uno de los retardadores más comunes es el sentimiento de culpa. Para los padres es casi inevitable preguntarse sobre las causas de ese mal inesperado que se ha instalado en sus hijos. Es fácil caer en la cuenta de que quizá todo es debido a algo que nosotros hemos hecho mal. Pero cuando nos atormentamos con esta cuestión estamos contribuyendo a retrasar el avance de nuestro hijo.

Debemos erradicar por completo de nuestra mente este sentimiento de culpa. Cada vez que nos preguntamos “¿será culpa mía?”, o “¿qué es lo que hemos hecho mal?”, o “en qué nos hemos equivocado?” estamos asumiendo un sufrimiento estéril, que además impide que actuemos de la forma correcta, y por lo tanto, hace que el avance hacia la meta sea todavía más lento.

Nadie tiene la culpa.